Si hay algo para lo cual han sido buenos mis últimos días, es para fomentar la queja. Tuve todas las oportunidades y las excusas, incesantemente durante más de una semana, un suceso tras otro. Y fue tentador… llegó un punto en el que mi estado era mucho menos que zen, y estaba de un humor terrible.

En estos momentos podría estar quejándome de que no me funciona el editor de imágenes. Pero no señor, pongo el ávatar, y listo.
La realidad es que podría haber dejado que mi ego se aproveche de estos momentos para sentirse víctima y golpearse el pecho, pero no hay justificación tan grande como para alimentar el hábito de la queja, y si bien tuve mis oportunidades para “ventilar” las frustraciones y malestares (y lo hice, porque era mejor que explotar), dejé que pasen como momentos fugaces y, una vez movilizada la energía, traté de buscar soluciones en lugar de problemas (y no digo que no me costó).
Llega un punto en el que incluso es muy productivo dejar de buscar la solución, sencillamente parar y dedicar nuestro tiempo a algo que nos haga sentir en un estado centrado y de bienestar. De nada sirve seguir buscando “soluciones” estando de mal humor, sólo encontraremos más motivos para la queja (que nuestro propio estado vibratorio atrae en nuestra dirección), por lo que nunca está desperdiciado el momento que nos permite volver al centro de nuestro ser.